Miércoles, 7.10.20

Viladecans – Olesa de Montserrat. 41,05km.

Cargo las alforjas en la bicicleta y observo que las ruedas están muy bajas. Las hincho de aire en el taller y salgo a pedalear. Se me ha hecho bastante tarde. El tráfico es intenso desde Viladecans hasta Sant Boi donde me uno al Llobregat y lo comienzo a seguir a contracorriente. Cruzo la pasarela sobre el río; el nivel del agua está muy bajo. Ruedo solitario por la pista de la orilla norte del cauce en dirección a Montserrat. Me acompaña el sonido de la gravilla al contacto con las ruedas. Una mujer se acerca caminando, mira mi bicicleta con curiosidad. Al cruzarnos aparta la mirada. La pista a veces es confusa. Junto a ella, las autopistas de entrada y salida a la ciudad, van atestadas de vehículos. Ruido. Paro a consultar el mapa. Por encima mío, puentes gigantescos crujen y traquetean al paso de los camiones. Soy incapaz de orientarme. Fábricas y almacenes me rodean por todas partes. Sant Andreu de la Barca. Calles. Pedaleo por una zona industrial durante largo rato. Dejo Martorell a un lado y cruzo un puente. Me desvío a la izquierda y continuo por una carretera de doble sentido. A Olesa de Montserrat seis kilómetros. Como ir de Zumarraga a Legazpia, pienso. La autopista, sigue a mi lado infatigable, rebosante de tráfico. Paro a beber junto a un camino sin nombre. Les Carpes, Sta. Maria Can Vilalba. Llego a Olesa de Montserrat a la salida de los niños del colegio. Mochilas, bocadillos, corrillos de gente esperando, gritos, coches en doble fila, paradas interminables en pasos de cebra. En un banco cercano me preparo un bocadillo. Recurso fácil. Hablo con un amigo por teléfono. La posibilidad de alojarme en una casa hoy se esfuma. Comienzan a caer gotas de lluvia. Empujo mi bicicleta por una fuerte pendiente en dirección noreste. Busco la carretera que va en dirección a Vacarisses retorciéndose por una zona bastante empinada. Urbanizaciones y Masías salpican las pocas zonas llanas de alrededor. Oigo perros ladrando por todas partes. Un ciclista me para. Me vio antes. Piensa que estoy dando la vuelta al mundo. Si supiese que tan solo hice treinta kilómetros hoy. Comienzo a tener prisa. Las farolas se encienden y el cielo se apaga. Me adentro en un camino que aparece a mi izquierda. Ermita de Sant Pere Sacama, reza en un cartel. Veo innecesario subir estas cuestas con este peso a estas horas. A mi derecha ahora, el tronco de un árbol impide el paso hacia una pista algo dejada. Al fondo aparecen dos enormes perros paseando a dos chavales muy fumados. Olor fuerte a marihuana. Uno de ellos me habla sin parar; el otro se limita a mirarme. Salto el tronco que hace de valla cargando mi pesada bicicleta. Un poco más arriba, otro árbol vuelve a cortar el camino. Los coches pasan por la carretera que se quedó abajo. Sus ruedas chirrían sobre el asfalto cuando toman las curvas cerradas. Llego a un lugar sin salida. Oigo perros ladrando por todas partes. Busco un lugar plano. Armo la tienda al costado de un árbol y me lavo un poco con una de las botellas de agua. Ceno algo antes de que la luz me deje definitivamente por hoy. Mi bicicleta descansa tumbada. Aun así, la ato para que no se escape. Acomodo todo dentro de la tienda y me tumbo a leer. Oigo gente hablar en una casa de la ladera opuesta. Ríen. Creo que dormiré tranquilo aquí hoy. Afuera ya no se ve nada. El cielo esta cubierto de nubes. No llueve.

Seguir leyendo Jueves, 8.10.20

Deja un comentario