Como parece que la espera va a ser larga, aprovecho para comer algo. Antes de sentarme junto a la bici, abro la bolsa del manillar para cambiarme unas gafas por las otras y… ¡¡Horror!!! ¡¡Mi cámara de fotos!! ¡¡No está!!
España
La Compostelana.
La calles adoquinadas, están húmedas por la fina capa de lluvia caída la noche anterior. La gente, camina hacia el trabajo abrigada; y yo, sudando después de la última subida, me paro en un cruce para mirar el mapa y ubicarme.
Hospitalidad.
Sigo al hombre por una puerta lateral que da a una especie de entrada. Subimos unas escaleras y abre una puerta. Una mesa, unas sillas, un radiador, y estantería con algunos libros, son todo el mobiliario. En las paredes, dos fotografías; una del rey de España y otra aérea del pueblo.
El señor de los tomates.
Aquí pasa todo tipo de gente —se ríe— hace dos días vinieron unos jóvenes con… ¡Un camello! —exclama. Gente en carromatos, personas caminando, en bicicleta como tú, a caballo…aquí pasa de todo muchacho —me sonríe el hombre.
El Camino.
Maldita televisión, que mete en las cabecitas de la gente noticias, que a base de repetirlas cada día como un mantra, parecen ser verdaderas.
…y sube y sube…
En una curva cerrada de la carretera, vuelvo a parar para comerme una manzana sentado en una piedra mientras contemplo la Llanada Alavesa. Me despido de Euskadi, mi tierra, mientras recupero la respiración.
Venciendo al miedo.
Pedaleo y miro hacia atrás. Veo como mi pueblo, va haciéndose cada vez más pequeño mientras bajo el Puerto de Eitza, del que conozco cada curva; casi cada señal.