Martes, 13.10.20.

Barbastro – Huesca. 53,14 km.

Salgo a pedalear temprano. Tras un día de descanso en casa de Cristina, hoy pedaleo con las fuerzas repuestas. Cruzo el pueblo que va despertando poco a poco y finalmente una calle en ascenso, me deposita de nuevo en la carretera N-240 que me llevará a Huesca ciudad. Hace sol pero la mañana es fría. Pedaleo durante un buen rato a buen ritmo entre campos de cereal y olivares. Un viento frío se levanta de cara tímidamente. En un desvío me detengo a observar el panorama que se despliega a mi derecha. Campos amarillos de rastrojo se superponen con olivos y encinas. El fondo lo ocupan las laderas nevadas de los Pirineos. El macizo de Monte Perdido o Tres Sorores, compuesto por el Monte Perdido, el Cilindro y el Soum de Ramond, destaca imponente con sus más de 3300 metros sobre las demás cimas. Lo observo un rato. hago unas fotografías mientras como un par de manzanas y continúo el viaje. Camiones y coches pasan a toda velocidad junto a mí. afortunadamente, la carretera tiene un amplio arcén en el cobijarse. El viento comienza a soplar más fuerte de frente, lo que me obliga a pedalear con más fuerza para avanzar. En la gasolinera de la localidad de Peraltilla, pregunto por una panadería cercana. No hay ninguna alrededor. El tipo cree que puedo probar en un bar más adelante. Pedaleo contra el viento en una lucha por avanzar. La cosa se está poniendo dura. Cruzo al otro lado de la autovía y una larguísima recta sin fin, me acerca sin apenas resuello hasta el pueblito de Lascellas. En una posada de las afueras un cartel anuncia que venden pan. Entro en establecimiento. Tres trabajadores de una obra comen bajo un televisor. En la barra, un aldeano se agarra a una cerveza. Pregunto por pan a un hombre que, en una esquina, se dedica a secar vasos con un trapo. Compro una barra y una lata de Coca Cola y vuelvo al pedaleo. Kilómetros más tarde, en un serpenteo de la carretera, cruzo el pequeño desfiladero que pasa sobre el río Alcanadre. Hago unas fotos. Decido parar a comer en Angües, a donde llego exhausto por el terrible esfuerzo que el viento me está obligando a hacer. Como tranquilo al Sol. Me tomo un café en un bar cercano y sigo mi ruta. Pese a que el día está totalmente despejado, la jornada está siendo una de las más agónicas y duras de todas las que he hecho desde que salí. Climatológicamente hablando, hay dos escenarios que resultan especialmente duros cuando se viaja sobre una bicicleta; la lluvia y el viento. La combinación de ambos es un infierno que es mejor dejar pasar descansando en algún lugar. Hoy el viento pega muy fuerte de cara. Avanzo algunas veces a tan solo cinco kilómetros por hora. Las interminables rectas unidas a la fuerza del aire, hacen que me suma en la frustración por no poder casi avanzar. Finalmente llego a Siétamo. Aquí, termina la autovía y todo el tráfico que va por ella se une al vial que yo llevo. Será así durante los diez kilómetros restantes hasta llegar a la ciudad. Una calle totalmente recta me lleva hasta el mismo centro histórico de Huesca. Llamo por teléfono a Javi, el amigo que me aloja aquí hoy. Me da su dirección y en menos de veinte minutos me encuentro en su casa disfrutando de una ducha caliente. Salimos a tomar un par de cervezas junto con otro amigo. Esta ciudad es muy trnaquila. Volvemos a casa y cenamos junto a su hijo mientras charlamos. Preparo las cosas para el día siguiente y me tumbo por fin a dormir. En la calle hace mucho frío. El viento por por fin a parado.  

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